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Entrevista a Mª del Carmen Martínez Darsés

Nos hemos enterado que hay una terapeuta en Madrid, que realiza sus terapias a través de las modificaciones que podemos realizar en los movimientos que se reflejan en la escritura, y consideramos la necesidad de conocer tan interesante terapia. Previa cita, invadimos su territorio a la espera de aprender más.

«Con tres colores se forma la gama infinita de tonalidades;

con siete notas, todas las melodías;

con diez números, todas las operaciones;

y con doce trazos, todas las escrituras»

Vicente Lledó (1932-1993)

— Maricarmen, cuando recibes llamadas, ¿qué es lo más habitual?

— Suelen llamar personas que han agotado ya otras vías y cuya situación es muy delicada, o bien que han leído algo o alguien se lo ha recomendado. También acuden muchas personas desorientadas, en busca de una solución. Otras vienen por mejorar su letra, o porque han tenido alguna experiencia significativa con su propia escritura y saben o intuyen que la grafoterapia les puede ayudar.

Trabajar con los movimientos escriturales supone trabajar con multitud de funciones nerviosas. De modo que es imposible que una persona cambie la escritura y siga comportándose de igual forma; ni a nivel físico, ni a nivel psíquico. Lo quiera o no, lo crea o no, esto es ley. Al cambiar los trazos escritos, la letra, se desencadena un cambio en sus conexiones y circuitos neuronales, de manera que se verán afectados el comportamiento físico y el comportamiento psíquico, equilibrándolo y orientándose así el individuo.

— ¿Cómo consigues que se desencadene ese proceso?                   

— Mi idea, desde el principio, hace ya prácticamente 20 años, es que todo se genere de forma natural. Todo y todos nos regimos por las leyes de la dinámica y de la estática. Cuando la persona empieza a trabajar con los movimientos, para ejecutarlos según las directrices que los gobiernan, no le queda otro remedio que prestarles atención y tomar consciencia de los procesos internos y externos que se liberan en su ejecución.

¿Qué ventajas nos aporta la grafoterapia?

Lo bueno de hacer grafoterapia es que aplicamos la dinámica que observamos en los cuerpos inertes a los procesos nerviosos.

El cerebro es el responsable de las emociones; también es el soporte físico de la inteligencia y desde luego, el «director de orquesta» del funcionamiento orgánico, biológico.

Al aplicar esas leyes naturales del movimiento influimos en las funciones nerviosas, y el cerebro empieza a generar reacciones químicas inusuales hasta ese momento. Por ello, aunque la persona siga teniendo las mismas circunstancias externas, deja de sentirse como lo hacía; sus sentimientos de culpa, reproches o actitudes negativas que mantenía hasta ese momento, empiezan a cambiar; siente cómo hace las paces consigo misma —de forma natural y espontánea— y, como se siente mejor consigo misma, su relación con el entorno empieza también a cambiar, sin mediación de ningún consejo o recomendación.

Yo no doy consejos. A lo único que me dedico es a instruir a la persona acerca de la percepción de los movimientos. Porque aunque su escritura esté denotando una carencia o un exceso en cualquiera de ellos —que, por cierto, son doce—, es la propia naturaleza interna la que va dando las pautas y dictando las prioridades. Opino que ninguno de nosotros adolece de sólo un trastorno; puede haber multitud de perturbaciones —de más o menos relevancia— que conforman la personalidad, la forma de moverse por la vida y, por tanto, el afán de mejora o cambio.

— ¿Qué te lleva a todo esto? ¿Cómo inicias toda esta labor? ¿Cuál es el resorte que te salta, lo que te hace ver el camino a seguir?

Hace 20 años, cuando mi amiga del alma venía pletórica de sus clases de Grafoterapia y me contaba la multitud de conceptos que en el curso se relacionaban —lo «material» con lo «inmaterial», el tiempo con el espacio, …— y cómo todos ellos se conjugaban y reflejaban en los trazos que ejecutamos al escribir, acababa concluyendo: “Maricarmen, lo tienes que hacer…”

De modo, que allí, en la siguiente promoción del curso, ¡estaba yo!

Realmente, los entusiasmados comentarios de mi amiga relacionados con lo que allí se daba, estaban perfectamente justificados. Desde que se inició la primera clase, sentí que empezaron a tambalearse y a reorganizarse mis estructuras mentales; que se abría frente a mí un campo en el que, todo cuanto había estudiado hasta entonces, toda mi experiencia y conocimiento de mí misma y de la vida, encajaba, confluía y quedaba manifiesto ahí, en la escritura. La variedad de conceptos con que la relacionaba me hacía cuestionar “¿quién era ese enigmático señor?, ¿hasta dónde podía llegar modificando las escrituras en las personas?”.

Vicente Lledó (1932-1993) fue el descubridor de los doce movimientos en la escritura. Su Método era tan lógico y evidente, y tantas las posibilidades que ofrecía, que no alcazaba a imaginar cuántas cuestiones ocultas se nos podían revelar a través de los trazos escriturales.

Porque lo que aprendía en sus clases de Grafoterapia podía verlo; no se trataba de nada intuitivo. Puedes «ver» a través de un trazo lo que sucede dentro de la persona. Y yo podía comprobarlo, a través de mi escritura y la de mis allegados.

En cada una de las clases experimentaba la sensación de hacer un fascinante viaje, exterior e interior; nuevo cada vez.

Estaba tan entusiasmada, que le propuse —sin ningún ánimo de lucro—, pasar a limpio y ampliar los apuntes que nos entregaba. Pero a él, lo que verdaderamente le interesaba, era poder iniciar un nuevo curso y difundir su conocimiento, tanto a psicólogos y profesionales de la salud, como a personas sin preparación específica —ya que para iniciar el aprendizaje de esta técnica no es necesario ningún tipo de conocimiento previo—. Así que me planteó colaborar con él, durante un mes, para aliviarle de tareas administrativas, a cambio de una pequeña «porción» de su tiempo para mi aprendizaje.

En ese período me hizo partícipe de sus conclusiones fisiografológicas y de sus aplicaciones grafoterapéuticas; de los seguimientos a las personas que acudían a su Gabinete; también, para mi formación, tendría que poner en práctica lo aprendido teóricamente, y enseñarles a ejecutar los ejercicios que, bajo su dirección, atendería personalmente.

Gracias a los notables cambios que ya había realizado en mi escritura a lo largo del curso, junto con las variaciones que sufrió mi propio carácter y comportamiento durante todo ese proceso, me fue posible abordar esta gran labor.

Desde esos primeros momentos, tuve que experimentar cuáles eran las condiciones que facilitaban el desarrollo de los ejercicios y, por tanto, el logro más inmediato de sus beneficios.

Pasó el mes y nuestra colaboración acabó siendo, en tiempo, indefinida. Sin embargo, yo me enfocaba cada vez más profundamente en esa «vía facilitadora».

Mis logros gozaban de su completa aprobación. Él mismo, se sentaba como alumno en sus propios cursos, en los que me pedía que explicara mis investigaciones, y tras comprobar los resultados, decía “…esto es tan bueno que parece que fuera mío…” Todas las conclusiones a las que él había llegado con respecto a las leyes gráficas, eran corroboradas por el camino grafomotriz que yo había emprendido.

Como buena alumna, supe aprovechar los tesoros que Vicente me brindó, para alcanzar con ellos metas que él no pudo emprender. Guardo de él y de su obra el máximo respeto, agradecimiento y orgullo. Pero a pesar de mis resistencias internas, las conclusiones a las que he ido llegando durante tantos años de dedicación exclusiva, me han conducido a afrontar la terapéutica de manera diferente a como él nos enseñó.

— ¿Cómo mejoras la técnica?

Durante muchos años apliqué  la práctica grafoterapéutica tal y como nos enseñó: mostrando a la persona, desde el primer día, cómo eran las letras y cómo había que unirlas y, ésta, con más o menos esfuerzo, tenía que practicarlo durante unas semanas, hasta que se produjera el próximo encuentro.

Lo cierto es que yo iba añadiendo cada vez  más recomendaciones de grafomotricidad, es decir, haciendo hincapié en todas aquellas circunstancias que se debía considerar, ya que influirían directamente en el resultado escritural que íbamos buscando: la elección de la mesa, su posición frente a ella y frente al papel, la forma precisa de coger el útil, la posición de la mano, el brazo, cabeza y cuerpo, el control de la relajación mientras escribimos, y otros aspectos que tienen que ver con el transcurrir del renglón y del texto en general. Todas estas circunstancias, si no se trabajan como es debido desde el principio, llega un momento en que la terapia toca techo y la persona no puede seguir evolucionando con su escritura.

Así pues, se hizo tan evidente la necesidad de trabajar estos conceptos, que tuve que enfrentarme a algo completamente nuevo para mí: olvidarme inicialmente de enseñar letras para, precisamente, poder alcanzar ese objetivo más rápidamente. Y era curioso porque al realizar esos ejercicios específicos, la persona notaba mayores y mejores cambios.

Cuando me encuentro con los distintos casos, son tantas circunstancias que les hacen diferentes, que es la propia experiencia la que te lleva a las soluciones. Y así, sin yo buscarlo o pretenderlo, se ha ido elaborando un sistema en el que soy una mera observadora: recojo la experiencia de todos y ayudo a todos a través de mi propia evolución.

Mi planteamiento es el siguiente: “Si consideramos que la escritura es la actividad neurológica más compleja que puede desarrollar el ser humano —seguida en complejidad, se encuentra el dominio instrumental de la música—, ¿no sería más lógico trabajar con funciones nerviosas más simples, e ir avanzando gradualmente hacia aquellas otras cada vez más sutiles, superiores?”

Las funciones nerviosas más elementales son las que nos marcan pautas de movimientos instintivos y de supervivencia; aquellas que nos conducen a estados de bienestar y satisfacción. Y en este nivel tan básico encuentro, nuevamente, otro mundo que no deja de maravillarme.

“¿Cómo es posible que olvidemos cuestiones tan elementales? ¿Por qué aguantamos dolores o cualquier otra sensación física desagradable?” Y entonces se me ocurre abordar este nuevo reto haciendo que se conceda, a la intensidad de la sensación dañina, un valor numérico: en una escala del 0 al 10, cero sería la ausencia del dolor y diez el valor más alto.

De manera que en una primera toma de contacto, realizamos un barrido corporal descendente, empezando por la cabeza y deteniéndonos, ordenadamente, en aquellas localizaciones que muestren una alteración superior a 0’5. La persona especifica de qué sensación negativa se trata y, de acuerdo a su memoria, experiencia y recuerdo, le asigna una valoración.

— ¿Es cierto que deberás tener presente la subjetividad?

— Sí, sé que las referencias en las que se basa son completamente subjetivas, pero lo cierto es que alguien que pone un 7, por ejemplo, no ha querido poner un 4.

A través de la nota, la persona se conciencia de su situación.

Ante cualquier malestar, tenemos tres opciones: mejorarlo, empeorarlo, o conformarnos y dejarlo como está.

En las unidades del dolor se comprueba que, el mayor enemigo que existe para afrontarlo, es el propio paciente.

Podemos hacer que la puntuación varíe por varios medios: desde el cambio de la posición corporal, al control de la tensión/relajación, o la elección del pensamiento que decidimos tener, o desde las emociones… Pero si sabemos qué hacer para sentir más daño, es decir, para subir la nota —en esto no suele haber problemas; todos somos unos «expertos»—, ello quiere decir que también sabemos qué tendríamos que hacer para sentir menos, para bajarla.

La valoración numérica nos sirve de referencia para experimentar, consciente y objetivamente, el modo en que intervenimos para variarla. Este particular entrenamiento es válido no sólo para un momento específico al cabo del día, sino que se va haciendo extensivo, en consciencia, en el transcurrir de toda la jornada, como norma de vida: «Sentirse bien».

Lo que yo pretendo, antes de pasar al siguiente nivel, es que mantenga al cuerpo no sólo relajado sino que, además, sea capaz de liberarle de cualquier dolor o, por lo menos, evitarlo.

Es impresionante comprobar cómo la persona baja la sensación dañina —por sus propios medios y con sus propias soluciones—, de notas muy altas y en varias localizaciones corporales, hasta quedarse en niveles muy bajos, inferiores a 0’5.

— Maricarmen, es posible que aquí intervengan otros aspectos, como los sociales, lo que cada uno espera recibir de su entorno. Todos queremos que nos escuchen, que nos atiendan, que nos mimen… la petición de atención.

— Salvando excepciones, me niego a participar en ese juego. Hubo un tiempo en que cuando el dolor o la tensión impedían a las personas concentrarse para hacer sus ejercicios escriturales, yo les ponía mis manos o les daba un pequeño «masaje» y sentían alivio. (Ahí es cuando se me ocurrió, por primera vez, cuantificar numéricamente el dolor. Quería saber cuánto alivio habían sentido: el mucho, poco o regular no me aclaraba lo suficiente). Hace ya tiempo que no quiero poner manos. Quiero que los que se sienten frente a mí aprendan a ser «autosuficientes», que tomen consciencia de su intervención en el dolor, de sus actitudes de autocastigo, de qué y cómo hacen para alimentar la enfermedad. Dándose cuenta de ello, establecen y prolongan más y mejores estados de bienestar y armonía, integrando y generando salud.

— Autocompasión, autocastigo… que es a lo que nos lleva la sociedad desde que nacemos.

— De forma inconsciente, mediante la educación que recibimos —y la que damos—, mantenemos esas actitudes. Pero son nefastas porque nos hacen sentir que no podemos hacer nada frente al sufrimiento o enfermedad; que nuestra salud está en manos de «alguien» o de «algo» ajeno a nosotros; cuando nuestra salud está fundamentalmente en nuestras manos, al menos en la inmensa mayoría de los casos.

— Te llega una persona que quiere solucionar sus problemas…

— Después de explicarle los doce movimientos y de cómo éstos forman parte no sólo de la escritura, sino de cualquier otra actividad que desarrollamos, suelo hacer que se siente adecuadamente ante una mesa, a la altura correcta, y le hago escribir en papel cuché un papel satinado, en el que se van a reflejar los trazos de una forma distinta a como lo hacen en un papel normal—. Mientras escribe, veo cómo se coloca, cómo sitúa el papel, cómo coge el bolígrafo, cómo posiciona la muñeca… Es menester que yo sepa de estos detalles, especialmente de la perspectiva visual que tiene del papel, y de la mano que ha empleado para escribir pues la interpretación neurológica del análisis escritural puede variar completamente.

Hay ocasiones en las que se viene con demasiado «interés» por escribir y entonces no nos queda otro remedio de empezar por ahí la labor; pero si no es así, empezamos «rastreando» el cuerpo en busca de sensaciones físicas desagradables y tomando consciencia de las herramientas que tenemos para hacerlas frente y erradicarlas.

Cuántas veces no ocurre que la persona detecta un malestar y sabe cómo se le pasaría, pero se piensa: “… ¡Cómo me voy a poner de esa postura o a hacer eso, lo que sea— delante de ti! …”

El protocolo social, las buenas maneras, las actitudes correctas, educadas…, todo eso le impide dar una solución real y efectiva a su padecimiento en ese momento. Por eso le aclaro que, en nuestros encuentros, debe dejar de lado todas esas trabas, e intervenir del modo que sea necesario para conseguir que la nota baje, puesto que si sabe cómo mantenerla e incluso sabría cómo subirla, eso quiere decir que también sabe cómo bajarla: El autorespeto se impone.

Le muestro la realidad; le impido el autoengaño: “¿Cómo puede empezar a aliviar, aunque sea un poco, y momentáneamente, ese malestar?”  Y así, hasta que generalmente es capaz de reducir dolores que venía padeciendo durante mucho tiempo, a márgenes tan ínfimos que nos permiten avanzar hacia el siguiente ejercicio.

He de aclarar que la intervención sobre el plano físico que hasta ahora estamos realizando, actúa sólo sobre la «manifestación desagradable». Para intervenir sobre la «causa» del problema, tendremos que usar los movimientos, ya que cada uno de ellos excitará o inhibirá a una específica función neurofisiológica.

Los movimientos pueden formar giros —a favor de las agujas del reloj, o en contra—, o líneas rectas —hacia arriba y abajo, o hacia la izquierda y derecha—. Las pausas se producen en los cambios bruscos de sentido, o bien son previas a cualquier insinuación de movimiento.

Suele suceder que si somos capaces de liberar a nuestro organismo de sensaciones ingratas, aunque sólo sea por unos instantes, percibiremos muy claramente nuestra tendencia a desarrollar con mayor facilidad un movimiento o pausa concreto, en vez de otro/a, o determinada letra,… repetitivamente, haciéndose evidente, de esta manera, las prioridades fisiológicas para alcanzar el reequilibrio.

El sistema nervioso trabaja a través de impulsos bioeléctricos, los cuales generan un campo electromagnético; y según cómo se esté generando ese campo, se activa un tipo de movimiento u otro o, en su caso, una pausa.

El movimiento que surge es involuntario y lo marca la propia naturaleza humana. Quizá la persona lo sienta más evidente en cualquier parte del cuerpo, y no precisamente en la mano o dedos —que es desde donde tendremos que llegar a escribir, obviamente—; pero no importa, de momento, lo único que tiene que hacer es «dejarse llevar».

Si permitimos a nuestra naturaleza obrar y nos apoyamos en ella, descubrimos que la inercia es encontrarse mejor. Y ello se produce.

Después, tendremos que estar atentos para controlar que, el movimiento o pausa, lo experimentemos de acuerdo a unas directrices marcadas por las leyes dinámicas. Pero eso será después de haber «puesto a prueba» a nuestro sistema nervioso con otro ejercicio, en el que nos aseguraremos de que nuestro sentido de orientación matemática interna, funciona correctamente: Comprobaremos que somos capaces de imaginar un concepto inteligente muy simple, una línea recta que conecte dos puntos simétricos a lo largo del cuerpo. Estos puntos suelen ser los hombros y las sienes. Y a continuación comprobaremos nuestra capacidad para imaginarlas en paralelo por un breve instante.

— ¿Cómo sabemos cuándo parar?

Hay tres circunstancias de «alerta» que nos obligan a dejar de realizar el ejercicio:

  1. Que el cuerpo, el físico, se queje.
  2. El aburrimiento, el hastío mental.
  3. La duda, no saber cuál nos hacer sentir más cómodos y mejor.

Cada vez que la persona pasa por cualquiera de estas tres circunstancias, debe interrumpir inmediatamente y reiniciar desde el principio:

  • Percepción del cuerpo físico, constatación de que está bien.
  • Percepción de líneas de hombros y sienes. Visualización en paralelo.
  • ¿Qué le costaría menos esfuerzo, mantenerse en movimiento o en pausa?

— ¿Cómo organizas las terapias?

Hay encuentros terapéuticos grupales y terapias personales.

Los grupos son muy reducidos. Nadie excepto uno mismo sabe el motivo que lo trajo hacia este camino —consciente o inconscientemente—.

A mí me gusta no perder de vista a las personas, especialmente al inicio, en las primeras semanas; vernos una vez cada 7 o 10 días, e ir alargando el periodo según vayan cogiendo seguridad con los ejercicios.

De lo que se trata es de «reaprender a escribir», pero cada cual llevando su propio ritmo y trabajando de la manera que le resulte más sencilla. Sólo así los resultados se manifiestan desde el primer momento, aunque la persona no haya realizado una sola letra. Ya la realizará a su debido momento, por puro interés, no por autoimposición.

Cuando incorporamos un cambio de escritura ya no somos los mismos de antes: ni por decisión, ni por capacidad. Tendríamos que «desandar el camino» para volver a ser las personas que éramos antes, con el mismo comportamiento y carácter, y con las mismas alteraciones físicas que experimentábamos.

Esto es lo que enseño. De nada me vale tener este conocimiento si no lo comparto. Deseo contribuir para extenderlo.

Se requiere que los neurólogos hagan estudios, en tiempo real, de la variación bioeléctrica y neuronal que se produce a través de los cambios en la escritura.

De la forma más considerada posible, quiero transmitir a las asociaciones de enfermos con patologías raras y a aquellos para los que las vías oficiales no tienen respuesta o solución, que hay muchísimas posibilidades de mejora y alivio. Trabajamos con el sistema nervioso, con el cerebro, y éste apenas nos ha mostrado sus infinitos recursos.

Terapia Natural No Convencional

9 Respuestas hasta ahora.

  1. Jose Antonio dice:
    Hola: la verdad que me encanta este blog. Es muy profesional y se aprende mucho de el. Un abrazo.
    Jose Antonio.
  2. NELIDA MARINA dice:
    BUENAS TARDES MA.CARMEN

    HE DESCUBIERTO SU BLOG A TRAVES DE AMIGOS EN FB(SOY GRAFÓLOGA, RECIBA HACE POCOS AÑOS), POR LO TANTO ESTOY DIA A DIA APRENDIENDO.
    LEI EL ARTICULO DE ALERGIAS Y ES MUY BUENO.
    ME INTERESA MUCHO EL TEMA DE REEDUCACIÓN DE ESCRITURA.

    UN GUSTO LEERLA Y QUE SEA CON MUCHO ÉXITO!

    • Buenas tardes, Nelida Marina. No entiendo bien a través de qué amigos se ha enterado de esta Página. Me alegra mucho su interés por la Grafología. Los trazos escriturales nos revelan, como en un libro abierto, las claves y el modo de funcionar que tiene el cerebro. Es apasionante la forma precisa de influir en él a través de nuestros impulsos nerviosos, plasmados en el papel. Vuelva en breve a hacernos una visita, pues se encontrará sorpresas muy agraddables… Muchas gracias por su gusto y deseos. Yo también le deseo a usted mucho éxito. ¡Hasta pronto!
  3. Doris de Vleeschauwer dice:
    Buenas noches,

    Yo soy grafologa y practico. En junio de este año termine un curso teorico de grafoterapia en frances, me encantaria hacer algunas practicas en español. Lei su blog el cual me parecio muy interesante.
    Hay posibilidades de seguir algun taller con usted este año? Para mi seria extraordinario!!! Dependiendo de su respuesta, yo la llamaria por telefono afin de darle mas detalles y asi eventualmente organizarme para poder viajar a Madrid.

    Gracias por su respuesta
    Doris.

    • Buenas tardes, Doris:

      Disculpe la tardanza en contestar.

      En su mensaje, no especifica si el curso teórico de grafoterapia que ha hecho está basado en el sistema llamado “Grafología Racional”, de Vicente Lledó, el cual contempla únicamente doce tipos de trazos.

      Independientemente de este matiz, incluso aunque no tuviera formación alguna en este campo, sí puede llevar a cabo prácticas grafoterapéuticas.

      Ahora mismo, éstas prácticas tendrían que ser abordadas de modo individual, y no grupal.

      Estaría encantada de poder compartir con usted estas enseñanzas.

      Quedo a su disposición. Reciba mis más cordiales saludos.

  4. geny angulo dice:
    Me encanto este blog y el tema, soy estudiante de psicologia, todo lo que tenga que ver con terapias distintas y alternativas para ayudar al indivuduo y hasta uno mismo me apasiona muchisimo , Doctora me gustaria empaparme mas del tema.. y estudiar mas a fondo la grafologia racional- grafoterapia. como haria para acceder a este curso??. gracias.
  5. Jessy Gómez dice:
    Wooooow!!! De verdad estoy asombrada u encantada con este artículo!! Tanto que realmente me gustaría aprenderlo!! Pero aprenderlo bien, vivo en Tapachula Chiapas, México podrías orientarme de dónde puedo tomar estos estudios en esta ciudad!!

    Muchísimas felicidades por tan valiosa información!!!

    Bendiciones siempre!!

    Jessy

  6. alvatre dice:
    Hola doctora, vivo en la ciudad de Xalapa, Veracruz, me interesa mucho su trabajo, quizás podría recomendarme algún colega suyo en esta ciudad, al que pudiera consulta, para tomar esta terapia. Estoy pasando por un grave estado de depresión. Gracias.

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