Grafoterapia: Mejorar la escritura
Que nuestra escritura es la expresión de nuestra «esencia» se ha sabido desde tiempos muy antiguos.
Este conocimiento, sin embargo, no ha gozado de cierta solidez empírica en sus argumentaciones hasta principios del siglo XIX.
Desde entonces y acercándonos más a nuestros tiempos, muchos han sido los que han contribuido con la grafología, investigando de diversas maneras la relación existente entre la conducta y la escritura.
Entre estas investigaciones se encuentran las experimentaciones con hipnosis. En ellas, se somete a numerosos voluntarios a estados de trance profundo y se les induce a experimentar todo tipo de sentimientos —ira, miedo, alegría,..— y, con cada uno de los sentimientos provocados, se les hace escribir. Los resultados no dejan lugar a dudas: contrastando cada una de estas muestras de escritura con las tomadas inmediatamente antes del experimento, se demuestra cómo los cambios de ánimo cambian los rasgos y estructuras básicas de las mismas.
Nuestra escritura varía constantemente puesto que en cada momento nos encontramos de una forma diferente. Cualquier acontecimiento que ocurra en el exterior nos afecta y ello, a su vez, afectará al modo en que realizamos cualquier actividad. Si elegimos, entre todas las actividades la escritural, es porque en ella queda la impronta del ánimo con que hemos escrito y, estas huellas, son susceptibles de modificación para un consecuente y posterior cambio de conducta.
Me explico: si tal rasgo gráfico denota, por ejemplo, que la persona se está mostrando agresiva, es obvio que si lo cambia por otro más adecuado, esta misma persona cambia esa faceta en su conducta. Ello sucede por «retroacción neurofisiológica». Toda conducta es modificable si la persona cambia su manera de escribir. Esto es una realidad. No es cuestión de creer o no creer; de tener fe o no. Es cuestión de cambiar la manera de escribir; de cambiar los «rasgos de la escritura».
Yo misma, al encontrarme con esta afirmación, al principio pensé “es increíble” pero, insisto, no es cuestión de «creencia». Para «saber» se requiere que nos adentremos en el estudio de la fisiología nerviosa aplicada a la escritura. La realidad es sorprendente.
La escritura, a nivel neuronal, es el acto más complejo de todos cuantos podamos realizar. Para desarrollarla hemos de tener un control nervioso a nivel muscular, de espacio, de recuerdo de formas gráficas y ordenamiento de las palabras, de recuerdo de unos pensamientos que están afectados por unas emociones, que afloran y llegan a la mano en forma de impulsos nerviosos y que, unidos entre sí, forman la escritura. Para ello, nuestro sistema nervioso central ha de recurrir a la participación de prácticamente todas sus parcelas.
La mano, por otra parte, es una de las zonas corporales que mayor representación tiene en la corteza motora del cerebro. Esta amplitud en la corteza cerebral, le permite regular con exquisita fidelidad todos los movimientos finos, precisos y altamente especializados que el ser humano es capaz de aprender y reproducir, entre ellos los que conforman las letras y palabras.
Centrémonos ya, pues, en los doce tipos de impulsos nerviosos que llegan a la mano, en los doce trazos o movimientos escriturales. (Le remito a los dos últimos artículos aparecidos en esta misma Revista).
Los trazos, en sí mismos, forman aquello que vemos, las escrituras, la «manifestación externa» de aquello otro que está ocurriendo en nuestro interior y que no vemos, o sea, aspectos que tienen que ver con la «grafomotricidad».
Dicho de otra manera: la escritura es el resultado de dos componentes. Uno el que sucede de la punta del bolígrafo —o de cualquier otro útil— hacia afuera y otro el que sucede de la punta del bolígrafo hacia adentro.
Ambos factores son igualmente importantes. Sería absurdo que pretendiéramos escribir bien cogiendo mal el bolígrafo, o poniendo rígido el brazo, o situando mal el papel, etc., puesto que todo ello afectará directamente a que el trazo salga más grueso o más fino, más corto o más largo, en una dirección u otra, más lento o más rápido, etc… Y no olvidemos que cada una de estas características, en cada uno de los trazos, tiene un significado «psico-fisiológico», que afectará a nuestra conducta y, por tanto, a nuestro bienestar físico, emocional y mental.
De momento, en este artículo, vamos a tratar únicamente de los trazos, es decir, de cómo van uniéndose entre ellos para dar a las letras su configuración gráfica.
Veamos: Tal y como muestra la FIGURA 1, con cuatro de ellos podemos formar giros —no tienen por qué ser círculos perfectos— en sentido de las agujas del reloj; con otros cuatro podemos formar giros en el sentido contrario; y con los cuatro restantes podríamos formar una cruz —un trazo para subir, otro para bajar, otro para ir a la izquierda y otro para ir a la derecha—.
FIGURA 1
Cualquier letra que hagamos está compuesta exclusivamente de estos movimientos. No hay más. Si sabemos hacer estos «dibujos», estamos capacitados para aprender a escribir, al menos en un primer nivel. Así de fácil.
A veces, confiados en su «simplicidad», al hacerlos —preferentemente grandes, bien sea en el aire, sobre una mesa o cualquier otra superficie con el propio dedo, o sobre papel (ver su inclinación en artículo anterior)— lo que ocurre es que empiezan a suceder cosas curiosas, «deformaciones»; algunas de ellas, representadas en la FIGURA 2.
FIGURA 2
En los ejemplos de esta figura podemos ver cómo la mano tiende a enlentecer su ritmo giratorio al pasar por determinados tramos; es como si la mano hiciera más énfasis de su presencia en ellos que en el resto, llegando incluso a causar eso que llamo «choque».
Me explico: Suelo poner con bastante frecuencia el ejemplo de que escribir es como conducir. Es como si lleváramos un coche muy pequeño en la puntita del bolígrafo o del lapicero.
Mientras conducimos vamos a encontrar tramos —más curvos o rectos—, pero también pueden suceder cambios repentinos de dirección. De igual forma, en la escritura, van a darse tramos —de uno u otro tipo— y «picos», o sea, cambios bruscos de dirección.
Y así como en la conducción no es recomendable pararse en las curvas, en la escritura también deberemos evitarlo a toda costa. Sólo nos podremos detener, y por obligación, en aquellos puntos donde se produzcan los picos.
Las curvas, las tomaremos a la velocidad adecuada para no «chocarnos en ellas», tanto cuando escribimos como cuando conducimos.
Volviendo a nuestros ejemplos de la FIGURA 2, en los tramos indicados con una flecha se están produciendo «choques», lo cual quiere decir que deberemos prestar más atención y no ser tan confiados (“… ¡Va!, ¡yo esta carretera la conozco de sobra!…” … ¡Catapún!…) por lo que tendremos que ampliar el giro para poder entender el error con más detalle y pulirlo cada vez con mayor facilidad. A medida que vamos dominando un tamaño grande lo iremos reduciendo gradualmente hasta conseguir un tamaño normal, adecuado para la escritura. Esto lo haremos siempre, independientemente del ejercicio que propongamos.
Con respecto a los cuatro movimientos rectos representados en la FIGURA 1 he de llamar la atención al hecho de que cada uno de ellos se dirige hacia unos puntos espaciales muy precisos.
En la organización básica de nuestro cerebro, éste entiende que la dirección derecha-izquierda transcurre en paralelo al eje o línea imaginaria que une cualquier punto simétrico a lo ancho de nuestro cuerpo, por ejemplo, los hombros. Así mismo entiende que la dirección arriba-abajo transcurre a lo largo del cuerpo y perpendicularmente al eje anterior. Y ambos ejes son, insisto, muy precisos. Son «coordenadas» que, con un cálculo controlado y matemático, hemos de saber proyectar.
Así pues, al proyectarnos realmente con el dedo o con el lápiz hacia arriba o hacia nuestro frente —dependiendo del plano que estemos usando para escribir, vertical u horizontal—, o como suelo decir, hacia nuestro «Norte» en ese instante —que nada tiene que ver con el Norte geográfico— lo haremos de tal modo que, cuando ordenemos a la mano que se detenga, será porque estemos plenamente convencidos de que se está parando en la dirección correcta, es decir, en perpendicular a la línea de nuestros hombros. De igual forma, al bajar tendremos especial cuidado de que el movimiento transcurre también en perpendicular a nuestros hombros. O que, al dirigirnos hacia la izquierda o derecha, lo hacemos en paralelo a ellos.
También hay que tener en cuenta dos cuestiones más con respecto a los trazos rectos:
- Antes de que la mano se detenga en cualquiera de las direcciones, hemos de ralentizar la velocidad en el último tramo. Es decir, si realmente estuviésemos conduciendo un coche con acompañantes, éstos no se enterarían que nos hemos parado pues, en sus cuerpos, no se produciría ningún movimiento oscilatorio —ni aún leve—. Así de lento se propone hacer el frenado.
En los ejemplos de la FIGURA 3 se ve claramente cómo ha habido un descontrol en la forma de frenar, ya que surgen pequeños desvíos en la dirección que llevábamos:
FIGURA 3
- Al practicar cualquiera de las coordenadas arriba-abajo o derecha-izquierda —nuestro particular Norte-Sur, Este-Oeste— es recomendable hacerlo, en principio, sobre el mismo lugar del papel o de la mesa. No es necesario que nos estemos cambiando constantemente de sitio. Un movimiento encima de otro está bien: “arriba, abajo, arriba, abajo…” Pero, atención: Entre movimiento y movimiento hemos de hacer una parada real —1 o 2 segundos…— ya que se están produciendo cambios bruscos de dirección, o sea, los llamados picos.
Bueno, pues una vez que hemos comprobado que sabemos hacer bien los giros —tanto en una dirección como otra— y los trazos rectos, la siguiente comprobación sería: “¿Sabemos hacerlos con todo el brazo y mano relajados, o sea, desde el hombro hasta la punta de los dedos?”
Si comprobamos que la contestación es afirmativa, intentaremos, a continuación, insertar todos los movimientos en la formación de cada una de las letras, aunque la apariencia de éstas salga algo o bastante deformada.
Pero antes de nada, no puedo dejar de advertir que se abstenga de cualquier intento de modificación escritural toda aquella persona que haya sufrido recientemente de cualquier intervención quirúrgica —dependiendo del tipo de operación deberá dejarse transcurrir un tiempo prudencial—; o si se está embarazada1; o si se emplea la mano izquierda para escribir; o si se tiene alguna prótesis interna.
Por otra parte, si en el desarrollo de estos movimientos o letras, notara que se pone nervioso/a o inquieto/a, debe dejar de hacerlos inmediatamente pues, o bien los está haciendo mal —sin respetar las normas dadas—, o bien está sobreestimulando a su cerebro en funciones o movimientos internos que ya, de por sí, los realiza en exceso.
Como no es posible que el dibujo de la FIGURA 4 represente para una persona una t, para otra una f y para otra una q, por ejemplo, o que el de la FIGURA 5 sea una u para unas y una n para otras,… y tantos otros ejemplos que podríamos poner, vamos a emplear un modelo de abecedario que terapéuticamente ha demostrado su validez y, por tanto, se ha ganado un merecido respeto. (Ver FIGURA 6)
FIGURA 4 FIGURA 5
FIGURA 6
En él observamos que hay letras en las que se ofrecen varios modelos. Ello quiere decir que podemos elegir aquella con la que sintamos mayor afinidad.
Si nos fijamos detenidamente en la práctica totalidad de letras cuyo rasgo final acaba hacia la derecha, nos daremos cuenta de que ese gesto sucede de forma que va perdiendo presión paulatinamente hasta llegar a desaparecer. (Ver FIGURA 7-A) Es un gesto que, además, está hecho con cierta ligereza, sin dar lugar a que aparezcan microtemblores por haberlo realizado lentamente (FIGURA 7-B). Y además, es suave, y no fuerte (FIGURA 7-C), especialmente en su tramo final (FIGURA 7-D). Salvo en el Ejemplo A, los restantes son erróneos y deben ser corregidos.
FIGURA 7-A FIGURA 7-B FIGURA 7-C FIGURA 7-D
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1Años después de la redacción de este artículo, tuve ocasión de dirigir con grafoterapia a varias mujeres que decidieron continuar practicándola durante todo el embarazo porque comprobaban que les sentaba bien y mejoraban su estado psíquico y físico. Fueron instruidas repetidamente acerca de las condiciones y circunstancias que debían vigilar para que éste culminara felizmente. Y así fue. La estipulación de estas condiciones y circunstancias forma parte de una metodología grafomotriz que se ha ido desarrollando con la práctica grafoterapéutica.
Terapia Natural No Convencional
Gracias y bendiciones.