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Tu escritura y tú

En mi opinión, nadie cura a nadie. La enfermedad y la salud se generan siempre en nuestro interior.

Lo más normal es que, cuando caemos enfermos, vayamos a los médicos o especialistas en las materias correspondientes para poner fin a nuestros males.  A nadie, o a casi nadie se le ocurre ir al grafoterapeuta.

Ante enfermedades recidivantes, es decir, aquellas que constantemente vuelven a aparecer, no queda otro remedio que atajarlas en el mismo campo donde se originaron. De muy poco valdría ingerir productos fabricados en el exterior de nuestro organismo, pues el efecto de los mismos desaparecerá al cabo de un tiempo. De muy poco valdría tratar de cambiar nuestros comportamientos: mientras estos cambios no se produzcan a nivel interno, desde «dentro», volveremos inexorablemente a nuestras conductas típicas.

¿Por qué y cómo actúa la grafoterapia sobre la persona?

Ante la brevedad de este artículo, remito a otros anteriores aparecidos en esta misma Revista. No obstante diré que, al escribir, plasmamos sobre el papel diferentes movimientos que reflejan de manera extraordinaria el funcionamiento de nuestro sistema nervioso.

Hasta hace unas décadas la grafología sólo abordaba temas de detección de conductas y, excepcionalmente, la modificación de alguna de ellas mediante el cambio o reeducación escritural. Pero desde que Vicente Lledó (1932-1993) descubrió que absolutamente todas las escrituras están realizadas por doce únicos tipos de movimientos, y que cada uno de ellos refleja una función neurofisiológica específica, el estudio de la grafología da un giro trascendental que apunta certeramente a la investigación y desarrollo en el campo terapéutico.

Las enfermedades recidivantes —con las consiguientes conductas erróneas, por supuesto, también recidivantes—, tienen posibilidad resolutiva, siempre y cuando la persona llegue a cambiar de manera espontánea su escritura.

Cambiar la escritura es posible. De hecho, no estamos obligados a mantener, de por vida, parámetros de nuestra escritura, si no es conscientemente.

Me explico: Conscientemente un día aprendimos a escribir en el colegio —generalmente sin respetar una psicomotricidad adecuada— y también conscientemente un día cambiamos tal o cual letra porque nos gustó la forma en que lo hacía alguien de nuestro entorno. Sin embargo, hay personas que, sin darse cuenta del proceso, un día observan cómo «les ha cambiado la letra». Y otras dicen tener «varias escrituras» porque se hace muy evidente que, dependiendo de cómo se encuentren en cada momento, escriben de diferente manera.

“La escritura es un fiel reflejo del alma. Dime cómo escribes y te diré cómo… te manifiestas”. Los márgenes de error dependen de la preparación y metodología de cada grafólogo en particular. Pero a pesar de todo, está sobradamente comprobada la relación psique-escritura. Por ello se emplean las peritaciones caligráficas en los Tribunales de Justicia, o la selección de personal en las empresas sobre manuscritos de los diferentes aspirantes a los puestos de trabajo.

Pues bien, si en las escrituras se puede ver el carácter, mejor dicho, las conductas que mantenemos sobre los diferentes aspectos de la vida, ¿qué ocurriría si a fuerza de practicar debidamente un rasgo caligráfico corrector, llegáramos a introducirlo de manera natural en nuestra escritura?

La persona que hace grafoterapia, o sea, que cambia su manera de escribir, no puede, «ni aunque quisiera», volver a los patrones de conducta que tenía antes, a no ser, claro está, que vuelva a modificar a propósito los rasgos que ya había corregido; o que, una vez corregidos, se despreocupe de mantenerlos a un nivel medianamente óptimo durante su vida.

La escritura, al igual que gran parte de nuestras actividades, requiere de un control semiautomático para que salga razonablemente bien. Pero para que ese control realmente llegue a ser semiautomático y no se tenga que estar con un nivel de consciencia elevado a la hora de escribir, es fundamental que la persona aprenda a escribir desenvolviéndose fácilmente con el fluir de los trazos, para lo cual, no queda otro remedio que aprender a controlar, mediante una serie de ejercicios grafomotrices, la relajación de la mano, de los dedos y el brazo, a llevar bien cogido el útil de escribir, a posicionarse adecuadamente frente al papel,… Es decir, debe aprender a escribir «desde el principio» y no tratar de empezar la casa por el tejado. Si no es así, la labor de cambiar la manera de escribir es sumamente difícil, cuando no imposible.

En el reaprendizaje escritural, cada uno requiere empezar por un nivel diferente. Sólo en la medida en que la persona va superando de manera ordenada las lecciones correspondientes, podrá abordar eficazmente los rasgos grafológicos que desea cambiar para conseguir estar más calmada, con menos obsesiones o, simplemente, equilibrar aquel estado de conducta por el que emprendió el proceso de cambio escritural. Y si esto lo consigue, ¿alguien sabe de alguna enfermedad en la que no influya la alteración del estado psicológico de la persona afectada?

Terapia Natural No Convencional

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