Vicente Lledó
Vicente Lledó fue un gran investigador de las escrituras que supo ver en ellas una peculiar forma de interpretación, completamente innovadora, que reducía a muy pocos elementos los infinitos matices que, en el trazado de cualquier escritura, habían estipulado los autores más prestigiosos de la historia. Esta simplificación hace más efectivo y preciso el análisis grafológico y, sobre todo, permite abordar, con una seguridad sin precedentes, el campo terapéutico.
Su metodología no fue comprendida ni aceptada por la mayoría de los grafólogos de su época. Más bien todo lo contrario. Fue criticada y negada a pesar de no haber sido ni estudiada ni experimentada. Pero esto es lo que constantemente ocurre en cualquier materia cuando surgen genialidades que, por su calibre, obligan a dar un paso gigantesco en el cambio de mentalidad y que, en la mayoría de las ocasiones, no se está dispuesto a dar.
Con tres colores se forma la gama infinita de tonalidades;
con siete notas, todas las melodías;
con diez números, todas las operaciones;
y con doce trazos, todas las escrituras.
Vicente Lledó (1932-1993)
Dedicó más de la mitad de su vida al estudio de las escrituras. Al principio fue por pura afición y posteriormente se convertiría en su más apasionante dedicación.
Su talante generoso y bonachón —aunque también sabía sacar todo lo contrario— fue decisivo para intentar ayudar a las personas que acudían a él en busca de un alivio o mejora en su salud.
Él había leído de alguien que opinaba que, cambiando el grafismo podría modificarse la conducta. Y así, recurriendo a los textos de los más eminentes grafólogos, recomendaba hacer ejercicios escriturales con el fin de cambiar la forma de las letras por otras que vaticinaran un mejor carácter.
De este modo fue como Vicente Lledó se introdujo en la Grafoterapia.
Con el segundo de sus casos terapéuticos fue con el que empezó a percibir aspectos escriturales que en ningún libro se mencionaban. Este caso en cuestión, se trataba de un hombre diagnosticado de artritis reumatoide, una enfermedad del sistema inmune que es progresiva y afecta dolorosamente a las articulaciones.
Este hombre de mediana edad y padre de familia, era el candidato perfecto para acabar sus días en una silla de ruedas. Pero, a pesar de los fuertes dolores que padecía, su desmoronamiento psicológico era aún más evidente. Por ello es por lo que recurrió a Lledó, por si le pudiera ayudar a «llevar mejor» la situación que se le venía encima.
Los resultados fueron más que sorprendentes: a medida que iba mejorando su condición psíquica, mejoraba también su estado físico.
Dos años duró la terapia. En su transcurso, Vicente tuvo la oportunidad de iniciar el desarrollo de nuevas deducciones que revolucionarían los pilares de toda la grafología que hasta entonces se había planteado: el descubrimiento de los doce básicos elementos con que se forma cualquier letra, garabato o dibujo y su relación con doce funciones neurofisiológicas. Éstas, a su vez, brindan un nuevo enfoque en el entendimiento de los procesos vitales del organismo, desde el que poder estudiar y mejorar las manifestaciones cerebrales a través de los doce tipos de «impulsos nerviosos» que quedan plasmados cuando escribimos: los doce trazos.
Creo recordar que fue al cabo de unos catorce años cuando, por azar y en la calle, se volvieron a encontrar. La mejoría se había mantenido durante todo este tiempo; hacía una vida completamente normal, y no pasaba ni un solo día sin acordarse de los ejercicios que le recomendó Vicente. Sus muestras de agradecimiento profundo eran infinitas.
Aún hoy en día, la obra de Lledó y su reconocimiento personal, es prácticamente obviado en el entorno grafológico. Sin embargo, su repercusión será de alcance popular ya que estos movimientos y las leyes dinámicas que los rigen, no sólo los desarrollamos en la escritura, sino que también los ejecutamos en el desenvolvimiento de cualquiera de nuestras actividades. Son de carácter universal: están integrados en toda la Naturaleza.
Cuando el ser humano usa adecuadamente su sistema nervioso se hace consciente de, hasta qué punto, los movimientos forman parte de él, se desenvuelven en su interior, y aprende a usarlos para su propio beneficio. Hay una motricidad inherente en cada persona y en cada instante. El sistema de grafomotricidad que he elaborado a lo largo de los últimos veinte años permite que esos movimientos afloren al exterior y puedan, posteriormente, aplicarse a la escritura. Desde el primer momento, por regla general, la persona nota mejoría y también, por regla general, esta mejoría es más que satisfactoria.
La grafología y la grafoterapia avanzan rápidamente gracias a la simplificación de sus elementos y a la coherencia, lógica y racionalidad de sus interpretaciones. En base a estos atributos, Vicente Lledó registró su metodología haciéndola llamar Grafología Racional y yo, por mi parte y basándome en su estudio, denominé Grafomotricidad Racional al sistema que desarrollé, ya que facilita enormemente tanto su aplicación terapéutica como su progreso.
Sin las premisas grafomotrices adecuadas, la persona no podría cambiar determinados gestos gráficos por muchos años que lo intentara.
“Gracias, Vicente, por tu dedicación y tu prolífera obra”.
La verdad no se puede ocultar, a lo sumo se puede elegir no quererla ver, pero tarde o temprano se hace la LUZ.
Terapia Natural No Convencional
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